Las Valentinas de la Amazonía peruana: las niñas que no pueden estudiar

Por Carmen Gutierrez Sala – Colectiva Feminista Furia Charapa

Valentina, mi ahijada, es una niña de origen kichwa que nació en Iquitos, porque su mamá, como muchas otras chicas y chicos indígenas, tuvo que dejar su comunidad y migrar a la ciudad en busca de un futuro mejor, el cual, sabía, solo podría obtener mediante la educación. Pasaron años para que la mamá de Valentina cumpliera su sueño, ser profesional y tener un trabajo que le permitiese darle oportunidades distintas a Vale.

Pero ¿qué puede significar eso último? ¿Es que acaso el futuro mejor solo es posible en las ciudades? Y sobre todo ¿por qué no exigimos al Gobierno atender las demandas de educación en todo el territorio y no únicamente en las capitales?

La mamá de Valentina decidió regresar a su pueblo, a su tierra y con su gente. Regresó como maestra bilingüe, probablemente, ella pueda hacer que Valentina realmente tenga oportunidades de educación distintas a las suyas. Probablemente, Valentina, como todas las otras niñas indígenas en Loreto, solo tenga garantizada educación básica. Y quizás, con mucho esfuerzo, alguna beca y dejando su provincia, pueda acceder a educación superior. De cualquier modo, a Valentina le tocará pelear por eso que debería tener asegurado como un derecho.

Lamentablemente la mayoría de las niñas y adolescentes en las provincias y comunidades de Loreto no accederán a educación. Porque hay pocas escuelas y las que hay están lejos y si es peligroso mandar a un hijo a vivir solo a otro pueblo para que estudie secundaria, lo es más enviar a una hija. O porque lo más probable es que no haya el dinero suficiente para costear lo que educación requiere. Y así, aunque las mujeres indígenas en Perú representan el 51% de la población indígena, el 21% de la población nacional de mujeres y el 10% de ciudadanos del país1, solo el 28.8% de ellas accede a educación superior, solo el 46% alcanza nivel secundario en educación básica y más del 50% no cuenta ni con primaria.

A unos 5 días de viaje en lancha desde Iquitos se encuentra la comunidad en la que vive Valentina actualmente. Su comunidad se ubica a uno de los márgenes del río Napo, en un distrito cercano a la frontera con Ecuador. Allí donde no hay internet o señal telefónica, donde son pocas las frecuencias radiales y la corriente eléctrica solo está disponible 3 horas por las noches. Allá en ese que parece otro mundo y sentimos tan distante incluso quienes estamos solo a unos días de viaje, porque a veces la distancia no se trata solo de geografía, sino más bien de oportunidades y mientras miles de niñas y niños hoy estudian desde casa, en cientos de comunidades nativas y campesinas de la Amazonía, pasa lo mismo de siempre, la educación no llega.

La emergencia sanitaria generada por el COVID-19 ha supuesto nuevos y grandes retos a nivel mundial. En Perú ha significado una paralización casi total del país y con esto se ha implantado la virtualidad como la normalidad. Las niñas y niños ahora estudian a través de pantallas, ya sea la de una computadora – para quienes son más privilegiados – una televisión o un celular compartido. Bueno, la mayoría, pero no las niñas y niños del Napo, de las comunidades de Loreto, a ellos les toca esperar. Esperar como siempre a que el Estado algún día se acuerde de ellas y ellos.

Y esto, esta desigualdad tan obvia del ejercicio de derechos y el acceso a servicios básicos, no es exclusiva de la emergencia, no es producto de la cuarentena, es, de hecho, lo mismo de siempre. Por eso, aunque me alegré mucho por Valentina cuándo supe que regresaría a su comunidad, a su lugar de origen, otra parte de mí tuvo miedo, porque sabía que su vida cambiaría totalmente. No es que Iquitos sea la ciudad de las oportunidades, ni las menos violenta para las mujeres, pero al menos habría podido aspirar a llegar a un instituto o universidad. O eso sentí y tuve rabia de sentir eso.

Hoy, la pandemia nos muestra la realidad de manera cruda, visibiliza eso que hemos querido esconder y que nos hemos negado a ver durante décadas. Y lo que veo en Iquitos, y lo que veo en Loreto, es una terrible falta de voluntad por saldar una deuda histórica con las poblaciones indígenas y con las mujeres, la deuda de los derechos. Hay mucho por cambiar para que un día las niñas como Valentina puedan estudiar, crecer y vivir en bienestar en sus comunidades.